Mis brazos, tercos, insisten
en solo poseerte a ti.
Quieren rozar tu piel, sentir
tu suavidad, tu olor, tu esencia.
Extrañan tu torso,
y encarcelarlo
como en un abrazo infinito,
desgarrado por caricias.
Mis brazos, ya fríos, insisten
en seguir fantaseando.
Te aguardan y tiemblan
por el viejo miedo
de que tal vez nunca lleguen
a estrecharte, a sentirse
completos de nuevo.
¡Tú, viejo miedo anidado
como una opresión en el pecho!
Pero mis brazos, tercos, insisten
y luchan, y vuelven a insistir,
y te sienten lejos, y te sufren,
y te sufren tanto,
para terminar deseándote,
deseándote aún más,
cuando tú no estás.
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